viernes, 22 de marzo de 2013

Cambiando de aire

Olvidar la rutina no le haría mal a nadie, menos a mí. Llevo un par de temporadas metido con todo en el laburo, y pasando de largo las vacaciones como vendedor o estafeta de oficina, parece que no he salido jamás de viaje en mi vida. Venía planificando un viaje desde cuarto año. Mis amigos ya habían salido del país, conocido el sur en skate, ellos tenían más plata. Yo, por otro lado, seguía ahorrando hasta la última de las monedas para los libros del año académico. Si me quedaba tiempo, partía a la playa, igual un fin de semana no le sirve mucho a una mente agotada. Ahora tenía plata suficiente. Recién me había mudado con mi polola, y cada vez salía más el tema de arrancar de Santiago, por lo menos quince días. Los dos anhelábamos desconectarnos, no importaba el destino. Me puse las pilas y decidí hacer la inversión de la vida con unas vacaciones pagadas al contado Costó decidirse a dónde ir, las decisiones en estos casos nunca son automáticas. Quería conocer lugares lejanos, países de lo más orientales, exóticos, raros. Alejandra quería tranquilidad, paisajes naturales, rústicos. Como el billete nunca alcanza para lo que uno quiere, aterrizar en Japón sería imposible, ni ver el Taj mahal o la Torre Eiffel. No importa, la idea era salir de la ciudad, estar el mayor tiempo posible lejos de todo lo que parezca o tenga forma de adelantos modernos y de la tecnología. Sin ruido ni el ajetreo de la ciudad, paisajes bucólicos, lo más rústico posible. {Tuvimos suerte, primo tenía una finca en el sur|Un tío me prestó su casa cerca de la selva|Un amigo me convidó a su casa en el sur.Ya había estado ahí antes, estaba a una distancia razonable de la carretera. Estaba, además, cerca de varios lugares turísticos. La idea de Alejandra era pasar una semana y de ahí seguir con el trayecto, la casa sería el lugar de descanso. En julio fijamos la retirada. Luego de un trayecto agotador, llegamos a la casa. Abrimos las cortinas cocina moderna y admiramos el paisaje invernal, un lindo jueves de julio en la orilla del lago. Todo el lugar es increíble, exclamó cortinas. Mi tío le había metido plata a la cabaña, era evidente. Las persianas para las ventanas eran automáticas y motorizadas, detectaban la luz y podían programarse. Mientras mi polola miraba las habitaciones de la casa, jugué un rato con el control remoto, subiendo y bajando con el roller, y cuando ya tenía dominados los controles, programé el sistema para descorrer las cortinas al bien tarde. Igual dejé el control remoto al alcance, por si dan ganas de seguir entre las sábanas

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