martes, 5 de marzo de 2013

La existencia sin deporte

Desde el fin de semana anterior que no tomo las zapatillas para rutear. Hacerme la tonta de los deberes del asistente a una universidad se convirtió en una labor infructuosa, mi amor se rio y dijo que parecía jubilado, que no sabe qué realizar después de jubilarse. Pasé casi un año sin asueto, combinando estudio y trabajo, ansiaba que se presentaran las vacaciones. Con esos días dispenso para destinarlos a mis obsesiones, como pasar noches enteras sumergida en películas, entrenar toda la tarde sin pensar en destruirme porque tengo que guardar energías para largas horas de lectura, o juntarme con mis miwis, pasear, estar con mi familia, lo que sea. Admito que sólo he fanfarroneado, apenas he hojeado una serie corta y menos pasear al perro. Pero hoy es preparada. Después del nubarrón de casi dos días, al abrir los ojos y otear tras las persianas enrrollables, la vista de la cordillera me mandó a salir. Pese a lo gélida de la mañana y a los choferes que tiraban agua de las aceras, el aire se sentía exquisito. La brisa, un poco congelada, tenía un sabor, un gusto a agua de pozo. De casi el verano que no trotaba un largo tan animada. Percibía el cariño de los peatones, a ellos les provocaba alegría el clima. Incluso un pedófilo me piropeó al pasar. Idolatro esos gestos. De ahora pretendo estar con las pilas bien puestas, arrojada a sacar adelante mi afición por el deporte. No diviso otra alternativa. Alberto me puso una labor para la que no queda tiempo, y no hay minuto que desperdiciar. Sí él confió en mis habilidades, por qué tendría que dudar yo. Está lo que no me falta, me obligaré a guardarme el dolor y el cansancio, y recuperar las tillas para correr.

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